B. J. Prescott (n. 1836)
Norteamericano y vicepresidente de la American Sugar Refining Company, principal cliente del ingenio azucarero de los Brady, es un visitante habitual de la isla en época de zafra. Lo sientan do al lado de Adriana en la cena que los anfitriones dan en honor de los representantes de la empresa, a la que ella ha sido invitada como acompañante de Robert Watt, y eso le lleva a entablar conversación. Un tanto cohibida por la imponente presencia del sexagenario tejano, temerosa de que su nivel de inglés no sea suficiente para hacerse entender, encuentra en él a un hombre cálido y paternal, de risa fácil y genuino interés por ella, que desde ese momento se convierte en un admirador más, aunque, como le dice Alfredo Brady a su esposa, “B.J. ya está mayor para seducciones, pero su mente es más afilada que un machete mambí, y si le ha tomado interés por algo será”. Nadie sabe lo que la vida les deparará a ambos, pero los Estados Unidos se acabarán perfilando en el horizonte de la mujer de Camariñas, y el industrial tiene muy claras las ideas acerca del futuro de la isla.
